Llevo varios días trabajando en un par de proyectos con un alto grado de complejidad que, prácticamente, me he desconectado de todo a mi alrededor. Cuál ha sido mi sorpresa que anoche, cumpliendo con el ritual habitual de antes de dormir repasar y con la Tablet y desde la cama la manera en que la mitad de la humanidad está jodiendo a la otra mitad y cargándose el mundo en el proceso, me entero de que Gustavo Cerati ha muerto.
Al principio, me invadió una especie de desconcierto. Hacía años que no prestaba atención a la figura y la vida de Cerati. Ni siquiera sabía que se había pasado más de 4 años en coma luego de sufrir un infarto cerebral por obstrucción de la arteria carótida, tras acabar un concierto en la ciudad de Caracas, Venezuela.
Esto ocurrió en el 2010 y no recuerdo haberme enterado. Seguramente, debo haber estado muy ocupado en esos días.
Del desconcierto he pasado a sentir pena y vergüenza. Pena porque ya no tendremos más obras de Cerati; vergüenza porque no supe corresponder, cuando aún vivía y en su justa medida, las cosas buenas y hermosas que le dió al mundo. Ahora formaré parte de esa pléyade de internautas que pondrán en las redes sociales, loas y frases “correctísimamente políticas” a la memoria de Gustavo Cerati.
Me queda un mal sabor de boca recordar lo que mi abuelo decía sobre que nunca le reconocemos en vida lo bueno a alguien, pero cuando muere, siempre, el muerto “era tan bueno”.
Como sea, aun se me eriza la piel al recordar mis tiempos de juventud cuando “descubrí” a Cerati, en aquel tiempo con su banda Soda Stereo, y escuché por primera vez “Cuando pase el temblor”, situandole desde ahí como la mejor «voz masculina» del Rock en español hasta el día de hoy. Por lo menos, para mi humilde opinión.
No era ni fue la mejor de sus canciones pero, para quienes vivíamos en América Latina, era un sonido nuevo, una nueva métrica y forma poética de ver nuestras vidas, un soplo de aire fresco en nuestras existencias juveniles semi asfixiadas por el arte que imponía el sistema, arte caduco, prefabricado y de plástico en los años 80s del siglo pasado, donde el rock era sinónimo de “underground” para las sociedades latinoamericanas. Hasta que la industria y el sistema descubrieron un filón no explotado y le llamaron “Rock en tu idioma”, desde México hasta la Patagonia. Hombre, como ahora pero sin tanto marketing especializado ni pijaditas.
A partir de ahí, me enamoré de la obra de Cerati, primero con Soda Stereo y luego como solista. Vinieron “A un millón de años luz”, “La ciudad de la furia”, “Persiana Americana”, ”Zoom”, “De música ligera” y tantas más. No sé si las he puesto en el orden correcto, lo único cierto es que las he ido nombrando conforme han aparecido en mi cabeza mientras escribo.
Si os interesa, os dejo un recopilatorio de algunas de las canciones que me marcaron como individuo. Al final, las he puesto para escribir esto y, si no conocías a Gustavo Cerati, aprovechad de conocerlo.
No puedo aportar mucho más que el inmenso agradecimiento que siento en mi corazón hacia Cerati, el refugio que me brindó su obra en tiempos difíciles, el placer que me proporcionó al verme reflejado y sentir que alguien compartía mi visión del mundo y saber que su existencia hizo de este planeta algo un poquito mejor.
Apropiándome de su frase: Gracias totales.
Como decía el abuelo, “nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido.